Restaurante con terraza exterior centrado en cocina italiana tradicional, con toques calabreses, destacando por su pasta casera y pinsas. El local es pequeño pero acogedor, con una atmósfera cálida gracias a su iluminación tenue y bien distribuida, y la música suave a volumen perfecto. Si bien la decoración es ecléctica, la originalidad de los adornos le dan un toque agradable. La limpieza general está bien cuidada, tanto en el salón como en la presentación de los platos. La atención del personal es cercana y profesional, con un trato amable y detallista que marca la diferencia. Sobresalen especialmente los Ñoquis con nduja, los Rigatonis Norma, y las Alcachofas fritas con paleta ibérica. Entre los postres, nadie debería perderse los canolos, frescos y preparados al momento (de los mejores que he probado en Barcelona), y la joya de la corona, el Nutellotto, una experiencia altamente especial para el paladar.
La experiencia sensorial global evidencian que el fogón es dominado por un excelente chef.
La relación precio/valor es equilibrada, considerando la experiencia total, las buenas cantidades, la calidad de los ingredientes y el servicio.
Muy buen Verdejo y muy buen café.
Lamentablemente solo puedo poner 5 estrellas, pero se merece 7.
Recomendación: el lavabo necesita servilletas para secarse las manos.